'El amante', de Marguerite Duras
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5 años 2 meses antes - 5 años 1 mes antes #55
por club-lectura
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'El amante', de Marguerite Duras Publicado por club-lectura
Marguerite Duras publicó El amante en 1984. Aunque ya había escrito la mayor parte de su obra, fue entonces cuando le llegó el re-conocimiento del gran público, sobre todo fuera de Francia. Obtuvo el prestigioso premio Goncourt, la novela se convirtió en un best-seller y se tradujo a 43 lenguas. En aquel momento la leí por primera vez. Para mí, en 1985, era, como dice la wikipedia “una novela seudoautobiográfica de tintes eróticos y ambientada en la Indochina colonial, que trata de una adolescente de origen francés que vive en Indochina y cuya familia está arruinada. Ella se hace amante de un chino adinerado y mantiene una relación con él a lo largo de un año y medio”.
La vuelvo a leer porque no creo que sea solo eso, y porque apenas recuerdo nada. Las imágenes que me llegan (es una novela muy cinematográfica, no en vano M. D. escribió y dirigió muchas películas -también por aquel entonces leí el guión de Hiroshima mon amour) están mezcladas con las de la película que dirigió Jean Jacques Annaud en 1991, y que, en su momento trajo consigo cierta polémica sustentada quizá por las escenas de sexo más o menos explícitas y por tratarse del amor entre una adolescente casi niña (quince años) y un hombre mayor que ella, aunque también joven (“También experimenta otro temor, no por el hecho de que sea blanca sino porque soy tan joven, tan joven que si nuestra historia se descubriera él podría ir a la cárcel”).
La película, como muchos de los lectores, se quedó con el tema del erotismo, que lo hay, y bueno, pero que es sólo la punta del iceberg que se esconde en las escasas 150 páginas de que consta la novela.
Lo primero que sorprende es la relación que sostiene con su familia: un hermano mayor al que odia, un hermano pequeño al que adora, y una madre, con una salud mental bastante frágil, a la que odia y ama a partes iguales y por el amor de la cual compite con el hermano mayor: “En nuestra familia no sólo no se celebraba ninguna fiesta sino que tampoco había árbol de Navidad, ni ningún pañuelo bordado, ni ninguna flor, nunca. Pero tampoco ningún muerto, ninguna sepultura, ninguna memoria. Ella sola. El hermano mayor seguirá siendo un asesino. El hermano menor morirá por ese hermano. Pero yo me marché, me desarraigué. Hasta su muerte, el hermano mayor la tuvo para él solo”.
Así pues, con una familia tan extrema (“comprendo que mi madre está claramente loca. Sé que Dô y mis hermanos siempre han tenido acceso a esa locura. Que yo no. Yo aún no la había visto”) y viviendo en un país extranjero, nos encontramos a una adolescente desorientada, desubicada, pero que a la vez parece tener muy claro lo que quiere, o que no tiene más remedio que hacerlo (hay quien dice que no se puede escapar al destino y quien piensa que el destino lo va escribiendo cada persona con las decisiones que toma). La protagonista juega con la ambigüedad desde el principio, y se comporta a veces como una niña vieja y otras como una vieja que aún no ha crecido (“Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde”). Quizá sea el instinto de supervivencia el que le dicta cómo debe comportarse en unos momentos o en otros. Como cualquier adolescente, se caracteriza por la tristeza infinita, la desgana y la total falta de inocencia en todo lo que hace, aunque ella, de nuevo jugando a ser lo que no es (¿o sí?), piense lo contrario: “¿Deshonrada, dice la gente? Y yo digo: ¿Cómo se las arreglaría la inocencia para deshonrarse?”. Desde el primer momento se viste y se arregla como un cebo estrafalario, a la vez que sumamente atractivo, con la intención de cazar a un amante rico como única salida a su penosa situación familiar (“Hoy, le digo, esta tristeza es un bienestar, el de haber caído, por fin, en una desgracia que mi madre anuncia desde siempre cuando clama en el desierto de su vida”).
Da la sensación de que M. Duras se empeña en que no veamos la historia como una novela de crecimiento, en la que la protagonista salga reforzada, crezca y adquiera madurez, como suele ser habitual en estos casos; ella, la niña con el vestido viejo de su madre, el sombrero de hombre y los zapatos de lamé dorado, ya tiene esta madurez, o cree tenerla, desde el principio, confundiéndola, por ejemplo, con la perversidad (“De repente sabe, allí, en aquel momento, sabe que él no la conoce, que no la conocerá nunca, que no tiene los medios para conocer tanta perversidad”). Pero la vida (llamémoslo así) se abre paso y nos permite atisbar un poco de luz en medio de tanta tristeza: ella ha aprendido a reconocer sus propias limitaciones, su carácter difícil, con el que tendrá que aprender a convivir y para lo cual la escritura será uno de sus apoyos más eficaces: “Esa noche ya no puedo soportar pensar en el hombre de Cholen. Ya no puedo soportar pensar en H. L. Diríase que poseen una vida colmada, que eso les viene del exterior de sí mismos. Diríase que no tengo nada parecido. La madre dice: nunca estará contenta de nada. Creo que mi vida ha empezado a mostrárseme. Creo que ya sé decírmelo, tengo vagamente ganas de morir. Ya no vuelvo a separar esa palabra de mi vida. Creo que tengo, vagamente, ganas de estar sola e incluso me doy cuenta de que yo no estoy sola desde que dejé la infancia, la familia del Cazador. Escribiré libros. Eso es lo que vislumbro más allá del instante, en el gran desierto bajo cuyos trazos se me aparece la amplitud de mi vida”.
Casualmente me entero por Página 2 de que el día 3 de marzo se cumplieron veinte años de la muerte de Marguerite Duras. Sirva esto como pequeño homenaje.
Os dejo el libro completo (en pdf y txt sólo si estáis registrados), aunque también lo tenemos en la Biblioteca , además de otros libros de la autora.
La vuelvo a leer porque no creo que sea solo eso, y porque apenas recuerdo nada. Las imágenes que me llegan (es una novela muy cinematográfica, no en vano M. D. escribió y dirigió muchas películas -también por aquel entonces leí el guión de Hiroshima mon amour) están mezcladas con las de la película que dirigió Jean Jacques Annaud en 1991, y que, en su momento trajo consigo cierta polémica sustentada quizá por las escenas de sexo más o menos explícitas y por tratarse del amor entre una adolescente casi niña (quince años) y un hombre mayor que ella, aunque también joven (“También experimenta otro temor, no por el hecho de que sea blanca sino porque soy tan joven, tan joven que si nuestra historia se descubriera él podría ir a la cárcel”).
La película, como muchos de los lectores, se quedó con el tema del erotismo, que lo hay, y bueno, pero que es sólo la punta del iceberg que se esconde en las escasas 150 páginas de que consta la novela.
Lo primero que sorprende es la relación que sostiene con su familia: un hermano mayor al que odia, un hermano pequeño al que adora, y una madre, con una salud mental bastante frágil, a la que odia y ama a partes iguales y por el amor de la cual compite con el hermano mayor: “En nuestra familia no sólo no se celebraba ninguna fiesta sino que tampoco había árbol de Navidad, ni ningún pañuelo bordado, ni ninguna flor, nunca. Pero tampoco ningún muerto, ninguna sepultura, ninguna memoria. Ella sola. El hermano mayor seguirá siendo un asesino. El hermano menor morirá por ese hermano. Pero yo me marché, me desarraigué. Hasta su muerte, el hermano mayor la tuvo para él solo”.
Así pues, con una familia tan extrema (“comprendo que mi madre está claramente loca. Sé que Dô y mis hermanos siempre han tenido acceso a esa locura. Que yo no. Yo aún no la había visto”) y viviendo en un país extranjero, nos encontramos a una adolescente desorientada, desubicada, pero que a la vez parece tener muy claro lo que quiere, o que no tiene más remedio que hacerlo (hay quien dice que no se puede escapar al destino y quien piensa que el destino lo va escribiendo cada persona con las decisiones que toma). La protagonista juega con la ambigüedad desde el principio, y se comporta a veces como una niña vieja y otras como una vieja que aún no ha crecido (“Muy pronto en mi vida fue demasiado tarde”). Quizá sea el instinto de supervivencia el que le dicta cómo debe comportarse en unos momentos o en otros. Como cualquier adolescente, se caracteriza por la tristeza infinita, la desgana y la total falta de inocencia en todo lo que hace, aunque ella, de nuevo jugando a ser lo que no es (¿o sí?), piense lo contrario: “¿Deshonrada, dice la gente? Y yo digo: ¿Cómo se las arreglaría la inocencia para deshonrarse?”. Desde el primer momento se viste y se arregla como un cebo estrafalario, a la vez que sumamente atractivo, con la intención de cazar a un amante rico como única salida a su penosa situación familiar (“Hoy, le digo, esta tristeza es un bienestar, el de haber caído, por fin, en una desgracia que mi madre anuncia desde siempre cuando clama en el desierto de su vida”).
Da la sensación de que M. Duras se empeña en que no veamos la historia como una novela de crecimiento, en la que la protagonista salga reforzada, crezca y adquiera madurez, como suele ser habitual en estos casos; ella, la niña con el vestido viejo de su madre, el sombrero de hombre y los zapatos de lamé dorado, ya tiene esta madurez, o cree tenerla, desde el principio, confundiéndola, por ejemplo, con la perversidad (“De repente sabe, allí, en aquel momento, sabe que él no la conoce, que no la conocerá nunca, que no tiene los medios para conocer tanta perversidad”). Pero la vida (llamémoslo así) se abre paso y nos permite atisbar un poco de luz en medio de tanta tristeza: ella ha aprendido a reconocer sus propias limitaciones, su carácter difícil, con el que tendrá que aprender a convivir y para lo cual la escritura será uno de sus apoyos más eficaces: “Esa noche ya no puedo soportar pensar en el hombre de Cholen. Ya no puedo soportar pensar en H. L. Diríase que poseen una vida colmada, que eso les viene del exterior de sí mismos. Diríase que no tengo nada parecido. La madre dice: nunca estará contenta de nada. Creo que mi vida ha empezado a mostrárseme. Creo que ya sé decírmelo, tengo vagamente ganas de morir. Ya no vuelvo a separar esa palabra de mi vida. Creo que tengo, vagamente, ganas de estar sola e incluso me doy cuenta de que yo no estoy sola desde que dejé la infancia, la familia del Cazador. Escribiré libros. Eso es lo que vislumbro más allá del instante, en el gran desierto bajo cuyos trazos se me aparece la amplitud de mi vida”.
Casualmente me entero por Página 2 de que el día 3 de marzo se cumplieron veinte años de la muerte de Marguerite Duras. Sirva esto como pequeño homenaje.
Os dejo el libro completo (en pdf y txt sólo si estáis registrados), aunque también lo tenemos en la Biblioteca , además de otros libros de la autora.
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Última Edición: 5 años 1 mes antes por club-lectura.
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