'La librería', de Penelope Fitzgerald
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5 años 2 meses antes - 5 años 1 mes antes #75
por club-lectura
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'La librería', de Penelope Fitzgerald Publicado por club-lectura
Terminamos este ajetreado mes de abril con la tranquilidad que da una lectura como es La librería, de la escritora británica Penelope Fitzgerald. Y decimos ajetreado porque este es el mes del libro y la lectura en la Biblioteca Universitaria de Córdoba, reflejado en el programa
Abril en la Biblioteca
, que nos ha traído presentaciones y recomendaciones de libros, así como encuentros con autores, nuestra ya tradicional Fiesta Universitaria del Libro, esta vez acompañada por el Aula de Teatro de la UCO y los versos que Lorca dedicó a nuestra ciudad, y una nueva edición del
Certamen Internacional de Relato Breve sobre Vida Universitaria “Universidad de Córdoba”
, al que desde aquí os animamos a que os presentéis.
Así pues, relajados y sentados de nuevo en nuestro sillón favorito de lectura vamos con esta historia protagonizada por Florence Green, una mujer a la que se define como “pequeña de aspecto, delgada y huesuda, un poco insignificante vista desde delante y completamente insignificante por detrás”, pero también llena de coraje (“Usted, señora Green, tiene esa cualidad en abundancia”, le dice el señor Brundish). Ella es viuda, y lleva ocho años en el pueblo viviendo de la herencia de su marido. Pero “últimamente se había empezado a preguntar si no tendría la obligación de demostrarse a sí misma, y posiblemente a los demás, que ella existía por derecho propio”. Y así, decide abrir una librería en Hardboroug (que de entrada podemos traducir como “ciudad dura”, y que llega a serlo realmente para ella). A priori no parece una empresa difícil: no hay más librerías en el pueblo, tiene idea del negocio (trabajó antes como empleada en una), y ya le tiene echado el ojo a un local, en el que nadie más parece interesado (es muy antiguo y tiene un grave problema de humedades). Pero desde el principio, todo son problemas: el director del banco, con una actitud hacia ella más que condescendiente y paternalista, no se lo pone fácil a la hora de concederle el préstamo, y un vecino le hace ver que los habitantes del pueblo han perdido el deseo por las cosas raras (prefieren los arenques ahumados a las truchas medio ahumadas), “y no me diga usted que los libros no constituyen una rareza en sí mismos”. Pero, a pesar de todos estos “consejos”, Florence Green está decidida a abrir su librería, con una fuerza de voluntad que va creciendo “en forma de indignación” mientras más obstáculos se le van poniendo por delante. El principal será la señora Gamart, que preside los poderes locales, representante del inmovilismo más absoluto, y que poco a poco irá extendiendo sus muchos y omnipresentes tentáculos para derribar un proyecto que le desagrada simplemente porque escapa de su control: “Resumiendo, [Florence] se había engañado a sí misma al dejarse convencer, por un momento, de que los seres humanos no se dividen en exterminadores y exterminados, y que los exterminadores tienen a colocarse en la situación dominante en cuanto pueden”.
Sin embargo, no todo son enemigos. Nuestra querida librera también contará con algunos aliados: la pequeña y “encantadora”, a su manera, Christine Gipping, una niña que se tomará muy en serio su trabajo de ayudante en la librería, o el señor Brundish, gran lector, enigmático y retirado de la vida social y que se convertirá en un verdadero caballero andante para la librera (aunque Florence se basta y se sobra para enfrentarse ella sola a sus problemas).
Los hechos se van desencadenando uno detrás de otro, sin estridencias ni catástrofes, más bien como algo “natural”, y aunque el final de esta historia no es el que Florence Green hubiera soñado para su proyecto, nos queda la sensación de que, al igual que el lector, los habitantes de ese pueblo costero de Inglaterra, no van a olvidarla ni a ella ni a su librería en mucho tiempo, y de que una parte de su propósito inicial sí lo ha podido llevar a cabo. Algo así debió de pensar también Isabel Coixet cuando la adaptó al cine y añadió, de su propia cosecha, ese magnífico final, mucho más explícito en ese sentido, y que no vamos a desvelar, aunque quien haya visto la película sabrá de lo que hablamos. No es esta la única diferencia entre el libro y el film, y como es inevitable compararlos, diremos que, ninguno queda en desventaja con respecto al otro y que la mayoría de las diferencias entre ambas propuestas artísticas son por omisión de situaciones que aparecen en la novela, y que, supongo que por economía, Isabel Coixet suprimió en la película: la presencia de un rapper (duende golpeador) en la librería; la ampliación del negocio a biblioteca (práctica habitual en la Inglaterra de entonces); el personaje de Ivy Welford, la contable que contrata Florence para llevarle las cuentas del negocio; la desigual pelea que tiene lugar entre la niña Christine Kipping y la señora Gamart, pero que nos muestra a las claras el fuerte carácter de la primera; el intento de montaje de exposición por parte de un pintor en la propia librería, como uno de los tejemanejes de la señora Gamart, que quiere convertir el local en un Centro de Arte, etc.
Pero lo que diferencia a las claras una y otra son, por un lado, el fino humor (¿británico?) que atraviesa la novela de punta a punta y que en la película pasa más desapercibido, y el antes mencionado final feliz añadido por Isabel Coixet y que nos parece un acierto porque fija en esa escena última todo lo que nos ha ido contando Penelope Fitzgerald en esta bonita historia.
Os dejamos el primer capítulo en pdf (solo si estáis registrados). El libro lo podéis encontrar en la Biblioteca , así como otra novela suya, también muy recomendable, El inicio de la primavera.
Esperamos que este mes de abril y del libro haya sido tan satisfactorio para vosotros como lo ha sido para la Biblioteca.
Así pues, relajados y sentados de nuevo en nuestro sillón favorito de lectura vamos con esta historia protagonizada por Florence Green, una mujer a la que se define como “pequeña de aspecto, delgada y huesuda, un poco insignificante vista desde delante y completamente insignificante por detrás”, pero también llena de coraje (“Usted, señora Green, tiene esa cualidad en abundancia”, le dice el señor Brundish). Ella es viuda, y lleva ocho años en el pueblo viviendo de la herencia de su marido. Pero “últimamente se había empezado a preguntar si no tendría la obligación de demostrarse a sí misma, y posiblemente a los demás, que ella existía por derecho propio”. Y así, decide abrir una librería en Hardboroug (que de entrada podemos traducir como “ciudad dura”, y que llega a serlo realmente para ella). A priori no parece una empresa difícil: no hay más librerías en el pueblo, tiene idea del negocio (trabajó antes como empleada en una), y ya le tiene echado el ojo a un local, en el que nadie más parece interesado (es muy antiguo y tiene un grave problema de humedades). Pero desde el principio, todo son problemas: el director del banco, con una actitud hacia ella más que condescendiente y paternalista, no se lo pone fácil a la hora de concederle el préstamo, y un vecino le hace ver que los habitantes del pueblo han perdido el deseo por las cosas raras (prefieren los arenques ahumados a las truchas medio ahumadas), “y no me diga usted que los libros no constituyen una rareza en sí mismos”. Pero, a pesar de todos estos “consejos”, Florence Green está decidida a abrir su librería, con una fuerza de voluntad que va creciendo “en forma de indignación” mientras más obstáculos se le van poniendo por delante. El principal será la señora Gamart, que preside los poderes locales, representante del inmovilismo más absoluto, y que poco a poco irá extendiendo sus muchos y omnipresentes tentáculos para derribar un proyecto que le desagrada simplemente porque escapa de su control: “Resumiendo, [Florence] se había engañado a sí misma al dejarse convencer, por un momento, de que los seres humanos no se dividen en exterminadores y exterminados, y que los exterminadores tienen a colocarse en la situación dominante en cuanto pueden”.
Sin embargo, no todo son enemigos. Nuestra querida librera también contará con algunos aliados: la pequeña y “encantadora”, a su manera, Christine Gipping, una niña que se tomará muy en serio su trabajo de ayudante en la librería, o el señor Brundish, gran lector, enigmático y retirado de la vida social y que se convertirá en un verdadero caballero andante para la librera (aunque Florence se basta y se sobra para enfrentarse ella sola a sus problemas).
Los hechos se van desencadenando uno detrás de otro, sin estridencias ni catástrofes, más bien como algo “natural”, y aunque el final de esta historia no es el que Florence Green hubiera soñado para su proyecto, nos queda la sensación de que, al igual que el lector, los habitantes de ese pueblo costero de Inglaterra, no van a olvidarla ni a ella ni a su librería en mucho tiempo, y de que una parte de su propósito inicial sí lo ha podido llevar a cabo. Algo así debió de pensar también Isabel Coixet cuando la adaptó al cine y añadió, de su propia cosecha, ese magnífico final, mucho más explícito en ese sentido, y que no vamos a desvelar, aunque quien haya visto la película sabrá de lo que hablamos. No es esta la única diferencia entre el libro y el film, y como es inevitable compararlos, diremos que, ninguno queda en desventaja con respecto al otro y que la mayoría de las diferencias entre ambas propuestas artísticas son por omisión de situaciones que aparecen en la novela, y que, supongo que por economía, Isabel Coixet suprimió en la película: la presencia de un rapper (duende golpeador) en la librería; la ampliación del negocio a biblioteca (práctica habitual en la Inglaterra de entonces); el personaje de Ivy Welford, la contable que contrata Florence para llevarle las cuentas del negocio; la desigual pelea que tiene lugar entre la niña Christine Kipping y la señora Gamart, pero que nos muestra a las claras el fuerte carácter de la primera; el intento de montaje de exposición por parte de un pintor en la propia librería, como uno de los tejemanejes de la señora Gamart, que quiere convertir el local en un Centro de Arte, etc.
Pero lo que diferencia a las claras una y otra son, por un lado, el fino humor (¿británico?) que atraviesa la novela de punta a punta y que en la película pasa más desapercibido, y el antes mencionado final feliz añadido por Isabel Coixet y que nos parece un acierto porque fija en esa escena última todo lo que nos ha ido contando Penelope Fitzgerald en esta bonita historia.
Os dejamos el primer capítulo en pdf (solo si estáis registrados). El libro lo podéis encontrar en la Biblioteca , así como otra novela suya, también muy recomendable, El inicio de la primavera.
Esperamos que este mes de abril y del libro haya sido tan satisfactorio para vosotros como lo ha sido para la Biblioteca.
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Última Edición: 5 años 1 mes antes por club-lectura.
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